El 15 de mayo de 1886 fallecía en Massachusetts una de las escritoras más destacadas de la literatura universal, Emily Dickinson. Ocurría con ella, como con tantas otras olvidadas de la Historia, que tendría que pasar mucho tiempo antes de que se reconociera su trabajo y sus escritos, y su nombre apareciera en las genealogías de la literatura moderna. El caso de Dickinson es más grave aún, ya que hasta no hace mucho se había dado de ella la imagen de mujer frívola, poco interesante y sin un ápice de creación distintiva. Y sin embargo, tal y como han señalado las investigadoras Ana Mañeru y María Milagros Rivera, el trabajo de la escritora encierra un mensaje contrario a las convenciones de la época, especialmente cuando se leen sus poemas en versión original, respetando el género femenino que usa constantemente.
Así descubrimos que sus palabras se dirigen a otra mujer, a una muy cercana, Susan Huntington Gilbert, amiga de la adolescencia y cuñada de Dickinson, que se convertiría en su editora y hasta la persona que amortajó y vistió en el funeral de la poeta americana.