Tendemos a clasificarlo todo, etiquetamos y encasillamos, en el arte sucede lo mismo, mucho más desde que el mercado es una agente y tiene potestad a la hora de «construir» la Historia del Arte. Consumimos multitud de imágenes sin embargo no pensamos en por qué algo nos gusta o atrae. El concepto del gusto es en sí mismo es una disciplina: la estética. Para Kant el arte agradable es el que tiene como fin producir placer por medio de las sensaciones, mientras que el bello tiene como fin que su representación produzca placer como modo de conocimiento, pero ¿y si una obra reúne ambas cualidades?
Precisamente el trabajo de la gallega Ana Rod se enfrenta constantemente a esta cuestión, por la elección de la gama cromática, la construcción de las formas y la composición, sus trabajos son muy atrayentes visualmente, muy gustosos, pero a la par, e intrínsecamente ligado, el contenido del mismo es mordaz e invita a la reflexión. La aproximación a sus obras suele implicar cierto desconcierto, son obras que interpelan a los sentidos por encima del entendimiento lógico. Para deconstruir el lenguaje figurativo tal y como lo conocemos Ana Rod prima otros elementos como el color, el ritmo o la textura, sobreponiendo lo emocional y sensitivo en sus trabajos y dotándolos
a la par de una exquisita técnica y calidad.
Ana Rod trabaja con la materia y lo objectual, domina la cerámica, lo visual y el tacto son una premisa, la observación de la naturaleza y el estudio de la biología una constante. En sus obras alude a un estado previo a la concreción de lo matérico donde las posibilidades son infinitas y donde la Naturaleza se reinventa a sí misma. Conjugando metracilato y cerámica con estructuras de cobre y cemento Ana Rod crea un universo aparentemente dócil, amable, «cute», muy atrayente y embriagador que esconde cierta rebeldía formal y muy pocos complejos.