UNA CRECIENTE TRANSPARENCIA

Javier Riera
Durante 2018
Creo que podría contarme entre los más antiguos y fervientes admiradores de la pintura de Javier Riera, una admiración por otra parte intrigada, porque desde que contemplé sus primeras obras y cómo se fueron desarrollando sentí extrañamente que en aquella pintura había dos almas. Lo llamé entonces, no sé si con mucha fortuna, dualismo. Lo que pensaba era que aquellas hermosas manchas gestuales que con trazo poderoso fluían en el espacio parecían estar sin embargo en libertad vigilada. Y que, tras el avasallador expresionismo romántico y las tensiones entre abstracción y naturaleza, existía el anhelo o la necesidad de una nueva manera de interpretar y describir el paisaje y, en cierto modo, de perimetrarlo. No digo que esperara que fuera a introducir la geometría y la fotografía en su obra, pero tampoco me sorprendió.
Hoy Javier Riera es uno de los creadores plásticos de mayor relieve y de personalidad más marcada y sugestiva en el arte contemporáneo. Esencialmente pintor, debe sin embargo su notoriedad artística sobre todo a un fascinante proyecto fotográfico que viene desarrollando en los últimos años. Podría verse como un cambio en la objetualidad de la obra o un nuevo concepto del impresionismo que le lleva a “pintar” el paisaje proyectando formas geométricas directamente sobre la vegetación y registrar la acción en imágenes para fotografía o vídeo.
Hubo primero un cambio en su pintura, cuando apareció en ella aquella extraña y lujosa quietud de estratificadas bandas vegetales, doradas, plateadas, rojas, azules… cruzando las grandes superficies negras de sus cuadros. Ganaba por entonces el prestigioso Premio Ángel y, en el desarrollo de su proceso plástico, Javier Riera se entregaba a reflexiones de calado intelectual que por otra parte siempre le acompañaron: objetivizar las emociones, entender el paisaje como una construcción cultural… Además y, ahora que para su pintura había obtenido texturas más cercanas a las de la naturaleza sintió la apremiante inquietud de abandonar el taller, trasladarse a los grandes espacios abiertos y utilizar la naturaleza como soporte para producir imágenes y realizar intervenciones de carácter efímero, un peculiar land art que no produce en el paisaje la menor alteración. Una experiencia directa, vivida, un testimoniar lo que en la naturaleza “está sucediendo”.
Sobre esto último, sería muy difícil que alguien pudiera describir esa experiencia con mayor intensidad, expresividad, emoción, aliento poético, y desde luego veracidad, de los que desprende el siguiente texto, del propio Javier Riera, que reproduzco: “A menudo trabajo en lo que se ha llamado la hora mágica, es decir el tiempo que pasa desde el momento en que el sol desaparece hasta que la noche cae por completo. El paisaje atraviesa una dinámica muy particular en ese periodo: la luz cambia muy deprisa, suele haber variaciones en la temperatura y el viento, algunos animales desaparecen, otros comienzan su jornada vital y la mirada comienza a asomarse a la grandes distancias espacio-temporales al empezar a hacerse visibles las estrellas. Es también el momento en el que es posible la convivencia de dos luces, la que proyecto y la luz natural”.
Hay en este texto como un sentimiento de mímesis con la tierra, en cuanto al intento de profundizar en su ser y sus procesos como medio de hacer visible de algún modo, mediante la creación artística, la condición intangible e insondable de la naturaleza. Esa comunión con ella es el principio que hace posible que el artista pueda ofrecernos, con su talento y capacidad de utilización de los medios técnicos, una tan deslumbrante percepción ilusionista del paisaje, a partir de la imaginación, los sueños y la expresión plástica, como la que Javier Riera construye: una creación mágica en la que hermosas figuras geométricas, como emanaciones ectoplasmáticas de la tierra, parecen abrazar los árboles, las flores y las plantas, como en un proceso más de la naturaleza con el que el artista asturiano nos viene encantando desde aquella impactante exposición titulada “Noche áurea” en el Reina Sofía del 2008. Ahora, en la galería Gema Llamazares, Gijón puede admirar algunas pinturas de pequeño formato, interesantísimas cianotipias, la compleja técnica en la que la fotografía se contamina de dibujo, pintura y grabado, y el maravilloso prodigio artístico de sus fotografías y vídeos.
Y dado que arborescente quiere decir desarrollado en forma de árbol o ramificado en forma de árbol, me ha parecido titular este texto Teoría de la geometría arborescente.
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